martes, 22 de enero de 2008

TUMACO EL SORPRENDENTE


imagen tomada de:
http://www.ipitimes.com/tumaco_narino_colombia_danzas_currulao_082406.jpg

Tumaco sorprende. Sorprende sus aparentes pobrezas físicas, su desorden, su incomprensible diseño estructural en el tránsito vial, sus basuras, su ritmo. El calor de la ciudad acoge, pero pone alerta sobre la piel y los ojos. Los aromas del mar vuelan desde que se ingresa por la infinita recta que conecta a la sierra con la costa nariñense. Huele a manglar, huele a estero, huele a piangua. Tumaco tiene la frescura del pez recién tomado en las redes, posee la frescura del aire que en forma de brisa acaricia la piel, es suave, pero de repente se muestra rudo con la contaminación de sus ambientes ensordesores. Plantas eléctricas ubicadas de manera estratégica brindan destellos energéticos justo ahora que una nueva torre distribuidora de luz ha caído a tierra: de su suerte se sospecha de todo el mundo.



Afuera, en la calle, no hay luz, pero Tumaco brilla por efectos lunares. Una menguante luz satelital se asoma por el cielo desde las seis de la tarde y de alguna manera parecería que ante la ausencia de la energía eléctrica, los dioses de este territorio permitieran que algo de luz celestial se asome por esta isla aparentemente abandonada. Sorprende, Tumaco es sorprendente, porque basta con caminar un poco sobre sus aceras repletas de desniveles para en pocas segundos encontrarse con hombres golpeando los cueros de los cununos, mujeres cantando arrullos y alabaos, muchachitos moviendo sus brazos para que suenen los guasás, y un marimbero desdoblando su espíritu para conectarse con los sonidos que recuerdan el matrimonio entre lo indígena y lo afrodescendiente. En medio del coliseo retumban los ecos del pacífico que se adquieren cuando las manos negras azotan los bombos, cuando las manos se deslizan con caricias musicales sobre las cuerdas de los bajos, cuando los pulmones inflan el pecho del saxofón y cuando con magistral capacidad se logra hacer cantar un par de platillos, un clarinete y una que otra flauta. Ahora es el turno de la chirimía.

La música tradicional del pacífico es el lenguaje de la gente negra que sorprende en estos territorios, en medio de este mar inmenso y calmo. Siempre será grato volver a Tumaco. Sólo es cuestión de escuchar los primeros golpes de cununo para dejar que el cuerpo se deje mecer por las armonías complejas y extraordinarias de esta música incomparable, rica, deliciosa como agua de mar. Cada comida es un banquete repleto de energía incomparable, de sabores que se mecen en el paladar al son de las palmeras y los cocoteros. Así encontré a este Tumaco a propósito de la visita del Presidente de la República y de la Ministra de Cultura. El espectáculo brilló por el derroche, por algunos gestos de descortesía de la prensa nacional y del mismo primer mandatario con el evento y su objetivo, pero qué caray, Tumaco, con todo y eso siempre resulta agradablemente una inquietante sorpresa.



1 comentario:

Anónimo dijo...

HERMOSA NARRACIÓN... fiel reflejo de muchos de los pueblos de nuestro pacifico colombiano... una mezcla de caos y sabrosura