viernes, 18 de abril de 2014

ES ENTRE GABO Y YO

Aplacé el inicio de mi sexto grado de bachillerato dos días más de lo planeado. Estando de vacaciones en las tierras antiqueñas que vieron nacer a mi madre, un zancudo dejó su huella en mi párpado. La inflamación no me permitía abrir el ojo, pero la vergüenza era más grande y demoré lo que más pude en retornar a los días del nuevo año escolar. En ese año se nos juntó el deseo de amar por primera vez y por hablar de futuro.

Años antes Margarita, mi madre, la paisa llegada al sur por puro amor, me había provocado un gusto particular por la lectura. Su voz pausada, suave, a veces llena de ligeros murmullos, me leía libros enteros durante semanas. Dedicábamos tardes de sol o de larga lluvia para sentarnos en el patio trasero de la casa y leer durante horas sin final.


Fue Álvaro Flórez, el profesor del área de Castellano y Humanidades al que se le ocurrió la idea de organizar los viernes de biblioteca. En la lista de asistencia, al lado de cada nombre, apareció asignado el título de una obra de la literatura universal que debía ser leído y releído para luego redactar un resumen analítico del texto. Ese año la suerte me arrojó a la mesa de lectura “El túnel” de Ernesto Sábato.

El desinterés inicial no demoró mucho en el cuerpo y se marchó rapidito de la cabeza. Tratar de descifrar el código del asesinato en medio de ese ambiente policiaco y artístico dibujado por el maestro argentino me atrapó en cuestión de unos pocos párrafos. Sentí un viento frío. En medio del temblor, por primera vez, consciente, creí haber descubierto el deseo de redactar en algún tiempo un relato como el que en mis manos cobraba vida la imaginación. 

Emocionado decidí regresar en la tarde a la biblioteca. –Para qué va a ir al colegio de nuevo- me cuestionó mi Margarita. –Para leer, le dije. En sus ojos verdes surgió un brillo, como cuando la maestra asume que el pupilo ha cobrado vida propia. También supo que ya no leeríamos juntos y ahí esos mismos ojos dejaron ver una pequeña lágrima por las futuras ausencias.

No pasaron muchas semanas y el libro ya se había leído entre la hora asignada y las tardes voluntarias. –Quiero otro libro – reclamé pronto a la bibliotecaria. “Crónica de una muerte anunciada”. – Te tocó este. Una versión ya deshojada y con su contraportada rayada de burlescos garabatos. Ocho años tenía cuando el nombre de Gabriel García Márquez sonó por primera vez para mi vida. Tres años más adelante volvía la figura del escritor que había ascendido a la cumbre, con el propósito de no irse nunca más. 



A tal punto notó mi madre el gusto por el autor que pronto encontró un nuevo libro para retornar las jornadas de lectura compartida al calor de la caspiroleta que me hacía hervir la sangre. Cuando leímos juntos “El amor en los tiempos del cólera” se provocó sin disculpa la búsqueda por ir tras las cartas de amor de mis padres, tratando de recuperar la historia de un romance propio.

Otros maestros alentaron con el tiempo el gusto por la comunicación. Tuve miedo de tomar el camino del periodismo y preferí elegir el amor por la escritura como una pasión a la que le dedicaría el mejor tiempo de la vida, cuando ya no fuera necesario trabajar. Conocí al Gabo periodista en papeles fotocopiados de sus notas de prensa y ya no hubo escapatoria. Con el documental de la “Escritura Embrujada” sentí la tentación de descifrar los códigos de la carpintería a la hora de escribir y con la relectura constante de “Cien años de soledad” decidí ir de una vez y para siempre tras las historias de mis propios ancestros, de mis recuerdos, de mis añoranzas y de mi vida en el escondido sur.


Me propuse visualizar el futuro y una imagen de García Márquez acompañó el ejercicio de la atracción por el escritor que quería y que quiero ser. Fue necesario entender su vida y no se podía aplazar el estudio de la obra, del autor y su carácter determinado por la conquista del sueño que en épocas de hambre sonaba a imposible.

Su voz me hizo compañía, su historia se convirtió en faro y sus relatos se constituyeron pronto en una mentoría a la distancia, desde la ausencia,: en un canto fantasmal que se quedó zumbando con insistencia. Por eso su muerte resulta significativa para mí, para este hombre del sur, para este aprendiz de escritor. No se llora su partida, no se lamenta su ausencia. Se despiertan retos y nuevos sueños, y por tanto el alma se conmueve y se sacude, porque llegó la hora de lograr que el anhelo se cumpla. Esto es así, entre Gabo y yo. 

 Gracias Maestro.


martes, 15 de abril de 2014

HABLA PALABRA: PET INTERCULTURAL - AL AIRE



Conozca cómo contribuimos a construir un Macizo Colombiano desde la interculturalidad, la comunicación y la investigación. En el capítulo de hoy, HABLA PALABRA narra los aspectos más destacados de la experiencia del Proceso Estratégico Territorial - PET intercultural.