sábado, 17 de abril de 2010

Aquí hubo un río.

Lluvia sobre Barbacoas. Fotografía de Gustavo Montenegro Cardona.

Por: GUSTAVO MONTENEGRO CARDONA

Supongo que hablar de Barbacoas sin mencionar el mito de su carretera imposible más que acudir a un tema común es divulgar una palabra en nombre de la justicia que debe tenerse con un pueblo que no merece tal nivel de indignidad.

Debo confesar que el traslado Pasto-Barbacoas para asistir al módulo de Desarrollo Humano de la Escuela de Liderazgo Juvenil para la transformación social no resultó ser un trauma, pero eso no significa que haya sido precisamente el más cómodo de mis viajes. Más allá de las inquietudes físicas que igual terminan resolviéndose con el tiempo del sueño o con el propio reacomodo del cuerpo, quedan en la memoria las incomodidades que se asocian con el sentido de lo público, de lo más íntimo de la realidad del desarrollo humano, de la evidencia de las pobrezas económicas del territorio y de la incapacidad política de resolver un tema que se ha extendido como un problema de toda una vida.

Desde Junín hasta Bellavista la carretera es un piso que se asfaltó por tramos interrumpidos que juegan con la esperanza del viajero, pero a su vez es un ejemplo evidente de los engaños del Estado con los ciudadanos y de algunos avivatos habitantes del territorio que se aprovecharon del plan 2500 para sacar provecho económico de donde no había manera, afectando la continuidad de construcción de la vía. Un compañero de viaje, un señor de quien nunca supe su nombre por su precavida manera de establecer el diálogo, me comentó durante la pausa del almuerzo que más de una sobrevalorizó sus predios, que otros no contentos con esa estrategia se atrevieron a mover sus casas hacia el filo de la vía para chantajear a los negociadores. El resultado, un primer tramo de carretera aún incompleto, con significativas fallas en su planeación y con un evidente deterioro del sentido de lo público por parte de propios y extraños.

Desde Bellavista hasta Barbacoas la historia es diferente. Lo único que pude concluir, tal vez víctima del calor y del agobio, es que por ese sendero algún día hubo un río que se secó con el paso del tiempo o cuyo cauce fue desviado para facilitar la dinámica poblacional. Al secarse, el río dejó una ruta de lodo, una secuencia de tramos similares a una pequeña cordillera cubierta de piedras, y el reflejo de lo que queda cuando el agua desaparece. No hay otra explicación, pues el camino es indigno, así lo digo y reitero, indigno para un población que está rodeada de riquezas naturales, de talentos humanos únicos, de posibilidades de desarrollo tangibles, de hombres y mujeres dispuestos a ir más allá de la línea que traza el horizonte del pacífico.

Por eso los jóvenes cantan “Yo me voy, yo me voy, me voy para Barbacoas, yo me voy, yo me voy, aunque no tenga carretera”. La historia de esta vía parece mitológica, pero su realidad es un objeto palpable, un obstáculo para el desarrollo humano, un obstáculo que acentúa la voz de la pobreza que se posa al lado de esta ruta que, según mi tristeza, alguna vez fue un río.

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