jueves, 11 de marzo de 2010

POTRERRILLO: la ciudad escondida.


YA ESTÁ EN CIRCULACIÓN LA EDICIÓN No. 9 de VOCES DE NARIÑO. EN LA BARRA DE PALABRAS MÁS, PALABRAS MENOS, PUEDE DESCARGAR LA VERSIÓN EN PDF.

La vida a través de los ojos de Rosa Elena Gómez.

Crónica de Gustavo Montenegro Cardona.

Dirección de la serie: Germán de la Rosa

Fotografía: Javier Vallejo Díaz

Si un gato, según Jairo Aníbal Niño, es una gota de tigre, una plaza de mercado es una gota de ciudad. Recorrerla es andar por un resumen del territorio.

El visitante, el comprador se ubicará en el suroriente de Pasto, tendrá como punto de referencia el Terminal de pasajeros de Transporte Terrestre de la capital de Nariño, el antiguo centro de atención del Seguro Social, los depósitos de maderas que evocan el olor a la humedad de la selva, los centros de depósitos de mercancías más importantes de la ciudad y un sinnúmero de tiendas de abarrotes. Sus ojos se enfrentarán con una enorme puerta, el portón grande de la plaza de El Potrerillo que se abre desde las primeras horas de la madrugada para darle la bienvenida al principal centro de abastos de la ciudad y del departamento. Lo que viene luego es un andar por ese resumen de la región. Al recorrer los laberínticos pasillos que llevan de un lado para otro, de un puesto hacia otro, el ocupante de la plaza viaja por la cordillera, por la zona andina, por la selva, por la costa, en una suerte de orden lógico que permite comprender la diversidad de la región.

Seguir pensando que se es pobre en este territorio es un absurdo luego de ver la multitud de productos que surgen de las entrañas de una tierra fértil y productiva que huele a pollo y gallina de campo, que sabe a frutas dulces, ácidas y jugosas, que hace brotar de sus mares mágicos pardos rojos de seis y hasta más kilos de peso. Los pasos siguen recorriendo las calles de la plaza y el olfato danza con los aromas de las yerbas que adoban el ambiente. Un constante sonido acompaña el camino, como si todas las voces entonaran la misma canción, aunque a un destiempo particular. Brota así la prosperidad del lenguaje, el mismo que nos hace saber que la yuca está barata, que se puede llevar mangos a buen precio. Los oídos reconocen los piropos, los tratos son múltiples, y las palabras brotan en la misma proporción que llueven canastos repletos de moras, fresas, arracachas, limones, peras, manzanas, uvas, papas; canastos repletos de vida.

Luego se accede a otro rincón, a una especie de barrio donde la especialidad son las carnes, las hortalizas y uno que otro almacén de tejidos. De manera discreta, casi escondido surge el letrero de “Canaveralejo”, el refugio de doña Rosa Elena Gómez, una mujer simplemente ejemplar.

6 DÉCADAS HABITANDO LA PLAZA

Rosa Elena, Rosita, doña Rosa tiene 85 años. Repito, 85 años. Su rostro tiene la marca de la vida que se ocupa trabajando para sacar a siete hijos, para superar quince años de viudez y llegar a los nuevos amaneceres con la satisfacción de saber que se han hecho bien las cosas. Esta mujer que apenas sostiene dos dientes en medio de su boca, que se acomoda con tranquilidad en el butaco de siempre, que sonríe sin temor y que habla con lucidez de sus recuerdos, conserva en el rastro de su memoria el sentido que ha tenido para ella y su familia cada uno de los sesenta años que lleva al frente del negocio de la venta de carnes, tanto desde que comenzó en la mítica plaza central de mercado donde hoy se levanta el complejo bancario de la ciudad, hasta los recientes días en su querido local del Potrerillo. “Allá, en el mercado viejo, teníamos un pabellón bien grande, allá trabajábamos todas juntas. No peleábamos, ni nada. Si una ya no vendía, se le ayudaba, y así…”…así habla con fuerza, con ganas, con afán. De ese mercado sólo queda la imagen de haber llegado un día lunes a observar cómo se desleía la manteca, cómo se había chamuscado la carne que ahora no era más que enormes trozos de piernas y lomos asados, una balanza colgando sin peso y una puerta que marcaba la señal de salida hacia un nuevo rumbo.

“En ese tiempo se vendía bastante, yo vendía harto, si quiera mis cuatro, cinco marranos diarios”, como lo ve, así como lo oye su conciencia, diarios. Una historia que hoy está lejos de repetirse toda vez que quienes generan mayores ingresos en la relación costo beneficio por reducción de precios y aumento de volumen de venta son (según lo señaló un estudio de Fedegan del 16 de octubre de 2009) las grandes cadenas de mercado y los distribuidores mayoritarios, dejando a los pequeños negocios como el de doña Rosa, que significan el 65% de los negocios de venta de carne del país, lejos de la ruleta de la ganancia. Aún así, doña , una más del 22% de mujeres cabeza de familia que no para de madrugar para llegar a la plaza y poner a disposición de su clientela, selecta por cierto, lo mejor de su negocio.

La rutina de doña Rosa empieza a las cinco y media de la mañana, entre las seis y las once del día se dedica a la venta de la carne para volver a casa a alistar la comida para los hijos que viven con ella, lavar la ropa, y ocupar el tiempo de manera activa, pues es claro que doña Rosa puede hacer de todo, menos quedarse quieta sin trabajar.

LA DE CAÑAVERALEJO

Esa misma disciplina y amor al trabajo lo heredaron sus hijos, y hoy, uno de ellos, al que particularmente llaman Gino, pues realmente se llama Miyer, está frente al negocio. “Le pusimos así porque mi hermano tiene un negocio, también de carnes, el suyo se llama El Cañaveral, y al notar que estábamos muy lejos uno del otro hicimos la relación, Cañaveral y lejos, entonces le pusimos Cañaveralejo, y también nos gusta porque así se llama la plaza de toros de Cali”, cuenta Gino con una sonrisa extendida, con una amabilidad que es su tarjeta de presentación. Su formación, talento y la herencia de los valores de su familia son según Gino los principales forjadores del nombre de su negocio de venta de carnes que ya es una tradición familiar. Por eso estos rincones también los recorre Andrés, uno de los más de veinte nietos de doña Rosa que a sus 24 años promulga “con orgullo el poder contarle a los amigos de la misma edad de uno que tiene su abuela en pie y camellando todavía. Entonces uno se llena de vida ante eso”. Este privilegiado joven es el compañero constante de su abuela y testigo de sus historias y relatos, los mismos que seguirán construyéndose alrededor de esta ciudad escondida que alberga rostros, huellas, personajes, y miles de vidas que deberán seguir explorándose por el visitante, por el comprador.

SALIDA POR AQUÍ…

El visitante podrá comprar aguacates importados, calmar el hambre con un buen caldo de pata, recibir abrazos de las vendedoras agradecidas y apretones de mano de amables vendedores que hacen grato este recorrido por la ciudad desde adentro. El murmullo se intensifica y los olores cambian. El sol llega con nuevas sopresas y el día seguirá su curso abrigando las esperanzas de los ciudadanos de este potrerillo que alberga la vida próspera de la región.


2 comentarios:

susy dijo...

Qué hermosa descripción del mercado!!
Se intuye todo el movimiento y el calor de ese sitio. Dan muchas ganas de conocerlo, muy bien descripto.
Y la Sra.Rosa, que ejemplo de vida!
Cuánta energía y que bella familia tiene.
Muy lindo tu relato.
cariños

Jhon Jairo Dominguez dijo...

Fantastico relato, posee magia pero igual no se aleja de la dificil situación que viven las personas que trabajan en el potrerillo.