¡CATARSIS EN CARNAVAL! – Por: Andrés Palomino
Participante del taller “Escribir:
un poder que llevamos dentro”, proyecto ganador de la convocatoria "Cultura Viva 2021" de la Dirección Administrativa de Cultura de Nariño.
El destino de los hombres se desvanece
algunos días. He vivido en la incertidumbre durante mucho tiempo, como los
gallinazos que salen a buscar su alimento. Tal vez esté herido por todo lo vivido.
Tal vez sean instantes para no moverse más.
Lúgubre es el día. Lúgubre la noche. Rostros
y pasos de melancolía circundan la habitación a cada instante, bajo una penumbra
hostil. Sin embargo, el fiel reflejo de las sombras no me acompañará jamás. Después
de muerto ya nada importa. No hay ninguna ventaja en morir de un ataque al
corazón o como un siervo en el Serengueti, con una mordida en el cuello y en
fracción de minutos desmembrado mordisco a mordisco.
La rutina había llegado a mi vida. Ocho
horas de arduo trabajo. Tomo la ruta del bus, que se encuentra a quinientos metros
de donde vivo. Llego al trabajo. Reviso el movimiento diario. Recibos de caja,
comprobantes de egreso. Las mismas preguntas de todos los días. ¿Hicieron
firmar los cheques al doctor Humberto? ¿Cuánto recuperó Carlos de cartera? ¿Ya
llegó Patricia? ¿Ya pagaron la nómina?
Carlos, el asesor comercial es un
compañero muy particular. Estudió una Maestría en Artes. Me comenta que no
siguió pintando desde el momento en que nació su primer hijo. Como “cogió responsabilidad"
se alejó del mundo artístico. Me colabora con el registro de los inventarios y
los costos de producción. Después de entregar el informe de ventas se acerca a
la ventana que se encuentra al lado de mi sitio de trabajo. Mira el horizonte,
respira profundamente cuando mira las montañas verdes, los árboles, el
firmamento azul, el sonido de los pájaros. “El impresionismo” ¡Exclama! Lo miro
sin interrumpir el ritual sagrado que realiza todos los días en la ventana.
Siempre lo motivo para que en algún momento vuelva a pintar.
Soy afiliado al Círculo de Lectores. En
una de las revistas que llega mensualmente, en la sección de novedades del
trimestre, aparece un título que me llama la atención: “Historia del Arte”, seis
tomos por valor de $350.000. Cuando llega Carlos, de forma apresurada, me
levanto de la silla y le digo con prisa: “mira lo que encontré en la revista.
Historia del Arte”. Carlos abre los ojos, se deslumbra al conocer la noticia. “Es
maravillosa”. Lo increpo “¿Carlos por qué no compras la enciclopedia?”. Carlos
me mira con tristeza. Me contesta: “está muy cara". “Es tú felicidad y puedes
pagarla por cuotas”. Carlos me responde que es el valor de un mes de remesa
para su familia.
Finalmente compra la enciclopedia. El día que
llegan los libros los recibe y empieza a acariciar, uno por uno. Me abraza
fuertemente como en señal de agradecimiento.
Al día siguiente, Carlos me comenta que empezó
a leer los libros hasta altas horas de la noche. Siento que se está conectando nuevamente
con el Arte. Y me alegra mucho, Carlos vuelve a sentir la vida.
Una tarde, después de tomar café y hablar
de la Historia del Arte, de costos de producción, de ventas y de las novias que
ya no están, me hace una invitación. Carlos me dice que, junto a unos amigos de
él, están elaborando una comparsa en el Salón Comunal del Barrio Miraflores, una
comparsa para participar en el Carnaval de Negros y Blancos. Me comenta que les hace falta una persona de
estatura alta para cargar una figura. Sin pensarlo demasiado le digo a Carlos: “¡Con
mucho gusto!”. Mis expectativas respecto a esa invitación me generaron
demasiadas emociones, como el día en que conocí a Ángela María.
Ese diciembre se pasó muy rápido. Nos confirman
que la participación es en el desfile del seis de enero, el día más colorido y
de mayor participación de artistas, carrozas, comparsas y danzantes.
Asiste mucho público, tanto de la ciudad,
como de distintas partes del país y de todo el mundo. En los días de carnaval
la ciudad se transforma y todo es alegría. Años atrás siempre tuve la inmensa
curiosidad de vivir el carnaval desde adentro. Cuando era espectador del
desfile siempre sentí una energía distinta a las demás personas. Este era el
momento de demostrarlo, formando parte de una comparsa.
El día anterior nos llamaron para
entregarnos el vestuario. Teníamos que asistir al Salón Comunal del Barrio
Miraflores. Cita a la cual llegué muy
cumplido. Pregunto por Carlos, y lo miro con un overol, unos guantes y una
figura en la mano derecha. Me hace una señal para que siga. Le entrego una
botella de aguardiente y un pollo asado que compartimos con todos los miembros
del taller.
Mi intención era ir, recibir el vestuario,
entregar el refrigerio, regresar a casa y dormir temprano. Cuando pasa un
muchacho de los del taller y me dice: “Haga un cuy". Le respondo que no soy escultor. “Eso es
fácil”. Me pasa un pedazo de icopor y
una lija. Empiezo a intentar a tallar el cuy. Dos horas más tarde mi obra de
arte es aceptada. Son las nueve de la noche y me dicen que ayude a empapelar
con papel encolado. Ya es media noche. Me asignan otras responsabilidades: pintar,
cortar madera, espuma y cartón. Pregunto la hora, son las cinco de la mañana. Decido
ir a dormir un poco a mi casa. Llego a las siete de la mañana al sitio de
concentración del desfile, al Colegio Champaganat. Me reúno con los artesanos,
todos van vestidos de carnaval. De una volqueta comienzan a bajar las figuras,
que de forma muy lenta y delicada se colocan en el piso. Son seis figuras en
total.
Cada uno de los participantes empieza a
cargar lo que le corresponde. Me ayudan a cargar la asignada para mí. Son dos
campesinos con sombrero, subidos en un caballo. Siento un gran peso sobre mis
hombros, como si me hubieran pegado con un martillo al piso. Pregunto a mis
compañeros y me dicen que la figura quedó “un poquito pesada" solamente 42
kilos. Miro a mi alrededor, está lleno de espectadores. En ese momento pienso
lo difícil que será llevar la figura durante los siguientes siete kilómetros que
tiene el desfile. Hasta cuando llega la murga y salgo bailando como “vaca loca
en fiesta de pueblo”, danzando en zig –zag. Uno de los compañeros se acerca y
me dice al oído “Verás que el desfile es largo. Apenas estamos iniciando”
El desfile continúa. Atravesamos el Parque
Nariño. Observo que el público se multiplica de forma exponencial. Siento dolor
en mis hombros. El público aplaude, me anima y me da fortaleza para continuar.
Escucho mucha algarabía. Todos los gritos
están ahí “Viva Pasto carajo”, “Viva el seis de enero”, “Viva el artesano
nariñense”. Llegando a la Universidad Mariana
aún faltan dos cuadras para terminar el desfile. Uno de los compañeros
se acerca y me dice “me la haces cargar un ratico”. Lo miro a los ojos y le
digo ¡Claro!
Termina el desfile. Nos ubicamos en una
acera. Se descargan todas las figuras. Miro a mi alrededor el rostro de mis
compañeros, cansados, pero con la satisfacción del deber cumplido. Interactúo
con un señor que está sentado al lado mío y le pregunto ¿En qué trabaja?, me
responde que en zapatería, le digo que cómo se sintió en el desfile, me dice:
“Bacano. El día de hoy me hicieron sentir una persona muy importante. ¡Cuánto
aplauso!”. Me despido de Carlos y les agradezco a todos ellos por la invitación.
Me dicen “para el otro año ya lo llamamos. Ha sido de ambiente usted”.
Llego a casa aún escuchando todas las
voces del carnaval, con el cuerpo adolorido, pero extasiado, deseando que esa
historia tal vez no termine nunca. En mi propio silencio solamente pienso: “¡el carnaval me prolongó la vida!".
2 comentarios:
El carnaval prolonga la existencia, crea y recrea constantemente nuestro ser. Felicidades por haberte inmiscuido en ese magnífico epicentro de felicidad. Un abrazo.
Un buen relato, la lectura fluye y es interesante, como una persona que no miente cuando habla, esta historia no te miente cuando la lees.
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