Por Gustavo Montenegro Cardona
La naturaleza lo formó por la fuerza del río contra la peña y
Huana Cápac, legendario inca, fue quien lo estructuró para el tránsito de sus
gentes. Su nombre traduce puente de piedra. Sobre sus cimientos modernos
transitan en un mes cerca de 32.979 personas entre colombianos y extranjeros
que dinamizan la frontera colombo-ecuatoriana ubicada en Ipiales, al sur de
Nariño, en el Puente Internacional de Rumichaca.
Es 3 de enero, segundo
día oficial de carnavales en Ipiales. Cerca de cuatro mil personas hacen parte
de una fila de vehículos públicos y privados que ocupan tres kilómetros de
distancia hasta poder llegar a la aduana nacional. Más de cinco mil vehículos,
según la secretaría de tránsito de Ipiales, se movilizan cada día de
carnavales. De todos los rincones del departamento de Nariño y del resto de
Colombia llegan viajeros buscando el sol del pacífico ecuatoriano, las ventajas
comerciales del Quito contemporáneo o un destino más hacia el sur.
Motociclistas que
atraviesan el continente de punta a punta esperan con paciencia mientras
enfrentan al frío de esta mañana de cielo gris, nublado. Carlos Almeida se va
porque no le gusta la manera en que ahora se juega – se ha perdido el respeto,
hay mucha agresividad y las calles no son seguras-. Jorge Alberto Pinchao
prefiere la playa para descansar y recargar energías – los carnavales ya no son
lo mismo, hay mucho desorden y borrachos, no he sido muy amigo de las fiestas
de estos días realmente -.
Bajo el puente, desde el
lado ecuatoriano el río se llama Carchi, al bajar hacia el lado colombiano
adquiere el nombre de Guáitara, las aguas son las mismas que ven a los afanados
turistas cruzar la frontera. Desde el puente hasta el lugar de concentración
del desfile del Carnaval Multicolor de la Exprovincia de Obando, en vehículo se
llega en cuestión de diez minutos. Allí, tras la reina del carnaval, y la banda
musical de Ipiales, más de cien ecuatorianos están ubicados para alegrar el tres
de enero, celebración que en este municipio adquiere sello propio, marcando
diferencia con las demás manifestaciones carnavalescas que día a día se toman
los municipios andinos de Nariño.
Ipiales es denominada
capital de aquella provincia que en antaño reunía a cerca de doce
municipalidades que compartían similares aspectos culturales, políticos,
económicos y sociales. Los unía la tradición fundacional del pueblo de los
pastos, comunidad indígena que es reconocida como el ancestro originario del mundo
andino del sur. Aquí, hacia los años cincuenta se contó con los dos primeros
grupos organizados que se disfrazaron y dispusieron para jugar los “carnavales
sangrientos” pues la puesta en escena simulaba cirugías en las que se exhibían
intestinos y se arrojaba sangre y tripamentas a los espectadores. Desde 1972 se
contó con las primeras carrozas motorizadas. En la década del 90, buscando su
identidad propia, tratando de distinguirse de los carnavales de Pasto, la
organización de Ipiales convocó a los municipios integrantes de la denominada
asociación de municipios de Obando para realizar de ahí en adelante, cada tres
de enero, el Carnaval Multicolor de la Frontera.
Caen las primeras gotas
de la lluvia de espuma carnavalera. Cientos de espectadores se ubican en la
senda de este carnaval. Apenas unos pocos llevan cosmético de variados colores
en sus manos, sus ojos buscan las víctimas para su maquillaje. La banda sonora está
marcada por el compás de los San Juanes, ritmo fiestero ecuatoriano. Los
danzantes abren camino, la reina lleva al Santuario de las Lajas como tocado y
a sus lados tres penachos forman la bandera ipialeña blanca, roja y verde.
Jairo Pineda acompaña a
la delegación del cantón Tulcán. Tras sus lentes oscuros se asoma la alegría
del hermano que visita su hogar. Junto a zanqueros, danzantes, y actores suman
más de cien personas que trajeron alegría y expresiones de la cultura pasto a
este día de carnaval. – Todos somos hermanos, hermanados, divididos por una
frontera, pero la hermandad, la alegría nos une – dice con emoción Jairo sin
dejar de sonreír.
Bryan Vela llega
danzando. Su emoción es particular. Salta, salta y baila. Representa una danza
propia del pueblo de Otavalo con la simbología de las fiestas de los
pendoneros, propia de la provincia de Imbabura, norte ecuatoriano. –Estamos
unidos en toda serie de eventos culturales, deportivos, siempre hermanos – afirma
con respiración agitada el alegre Bryan. Se va y nos queda el sonido de la
Banda Municipal de Tulcán que interpreta una especie de marcha militar con
melodías que invitan a bailar y jugar. El público aplaude.
Luz Marina Rodríguez saca
a bailar a uno de los músicos que ya suma en su cuerpo agotado hora y media de
camino. Vuelve a su asiento, el mismo que ocupó desde las nueve de la mañana.
Sus mejillas tienen un corazón pintado. Cada que un número pasa, entonces Luz
Marina grita - muchas gracias Ecuador, esos son nuestros carnavales-. Su
alegría contagia a niñas, niños, adultos, y jóvenes que la rodean.
Absolutamente emocionada, exponiendo sus grandes dientes confirma que – es muy
bonito el carnaval de Colombia, donde nos integramos dos fronteras, por eso se
llama carnaval multicolor, donde dos hermanos se unen, porque somos un solo
pueblo, una sola cultura -. Aplaude con emoción infantil y concluye – El
carnaval nos une, y nos da felicidad, es nuestra cultura, nuestros ancestros y
debemos cultivarlos -.
Ya
no importa si la delegación es colombiana o ecuatoriana. En el carnaval todos
se mezclan y conforman un solo cuerpo festivo. Cruzaron el puente desde Tulcán,
Mira, Bolívar, y Montufar para llegar a Ipiales y danzar junto a sus amigos,
hermanos, de Funes, Gualmatán, Puerres, Cumbal, Pupiales, José María Hernández,
El Contadero y Guachucal.
Tras
dos horas y media de desfile los rostros expresan ya el dolor que significa
bailar sobre el pavimento húmedo. Se amarran las alpargatas forradas de
esparadrapos y el agua no falta para calmar la sed de músicos, bailarines,
zanqueros y marchantes. Claro, se entremezcla el tufo del aguardiente y el
juego no para a lado y lado del camino.
Los
rosquetes, las fiestas del sol, las festividades de las vacas, las danzas por
la unidad, el homenaje a los mitos y leyendas de las montañas y páramos.
Remembranzas de la cultura de los pastos. Pasean hombres disfrazados de enormes
monos, y niñas, niños, jóvenes y adultos danzan a cada compás de las diversas
escuelas de formación musical.
Lo
afro, lo indígena, lo campesino, el norte y el sur. Colombia y Ecuador. Todos
los colores, todos los ritmos del sur, todo el juego, todo el baile posible
cabe en este transitar cultural que desde Ipiales grita que además del carnaval
de negros y blancos de Pasto, hay otras maneras de jugar, de narrar, de
disfrutar la fiesta que desde lo cultural cruzó la frontera por más que el
puente sea de piedra.
1 comentario:
EXCELENTE CRÓNICA GUSTAVO, GRACIAS POR ENRIQUECER EL CONCEPTO DEL CARNAVAL DESDE OTROS ÁNGULOS CON MUCHA INVESTIGACION Y SENSIBILIDAD DE REGIONAL. ATT, ROGER VALLEJO.
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