Mientras
en la senda tradicional niños y niñas desfilan bajo la consigna del
carnavalito, por la otra senda rondan sueños construidos a punta de venta de
talco, carioca y chitos. Conozca la crónica de este 3 de enero.
La mujer con algo más de cincuenta años
encima corre tras el bus hasta que logra subirse en la ruta. Agitada le cuenta
al chofer que lleva más de una hora y media caminando esperando poder
desplazarse desde el centro de Pasto hasta el terminal que la lleve, como ella
dice, a los pueblos. Tiene que llegar a Chachaguí, municipio del norte de
Nariño, a unos cuarenta y cinco minutos de Pasto. El chofer afirma que el
tráfico es una locura por estos días. Cada vez, más temprano, la movilidad se va
reduciendo. Parece un lunes festivo, pero realmente hoy es viernes tres de
enero.
Hay un trancón, en la esquina un “piagio”
(pequeño camión de carga urbana) se estrelló con un vehículo particular. La
discusión está brava. Es mejor llegar a pie. Antes de entrar al Potrerillo, el
principal mercado y centro de abastos de la capital nariñense, la calle es una
manifestación del caos urbano, del corre-corre cotidiano del comercio que le da
vida a las zonas periféricas de la ciudad. A las once de la mañana, en una esquina, sentada, la esposa
de Meregildo Nopán cuida cerca de cuarenta pacas de “chitos, nombre común con
el que se conoce a este pasabocas de fécula de maíz. Cada paca trae treinta paquetes,
cada bolsa de “chitos” se vende por mil pesos “hasta tres por dos mil lo dan,
se gana poco ahí, pero se vende hartísimo” dice con firmeza Meregildo.
Mientras la mujer cuida esa parte del
negocio, a solo cinco metros de distancia se eleva una pequeña torre de bultos
de talco que Meregildo vende a doce mil pesos. Por cada bulto que vende,
Meregildo gana quinientos pesos. Los dueños de la bodega donde él trabaja le
ayudan con la mercancía para que nuestro hombre se defienda a su manera. Está
flaco Meregildo. Apenas luce unos pocos dientes en su boca. Está mosca, sabe
que el lugar no es lo más seguro y hay que estar con los cinco sentidos en la
mercancía, por eso no vende cosmético, mejor le va con el talco y con los
“chitos”. Ya son cinco años los que lleva este hombre nacido en Buesaco, otro
de los municipios cercanos a Pasto ubicado en la antigua salida al norte,
frenteando el negocio del talco para los carnavales.
Pitos de carros, bocinas encendidas, música
navideña, todo se escucha, nada se oye con claridad. Carretilleros vienen y van
con cajas de talco, y con más cajas de talco y cientos de cajas de talco y
bultos, y medios bultos que terminarán sobre las calles, aceras, y cabezas de
todos los jugadores que con calma van llenando la senda tradicional del
Carnaval de Negros y Blancos en Pasto, Nariño, en el bello sur.
Meregildo estará vendiendo su talco y sus
“chitos” hasta el cinco de enero en la esquina del mercado, el seis baja con
una carreta cargado de cariocas, de talco menudeado y más “chitos” porque es el
día de más ganancia. Para el día del desfile magno, el bulto que el primero de
diciembre llegó costando diez mi pesos, fácilmente terminará vendiéndose entre
veintiocho o treinta mil monedas. A una caja de veinticuatro cariocas que
cuesta setenta mil pesos, Meregildo le puede ganar, máximo, diez mil pesos. Así
se rebusca el pan diario el obrero trabajador que mira el carnaval desde otra
senda.
Se llama Angie, está sentada sobre una caja
de pequeños envases de talco perfumado. Con paciencia y destreza afinada llena
de talco otras bolsas que con cuidado ubica sobre un improvisado mostrador de
madera. Es morena, alta, tiene dieciséis años. Entre tanto, su madre, Mary
Suárez, otra morena de buen carácter le da instrucciones para que el negocio se
comience a mover.
La entrada principal del mercado huele a pescado,
a fruta recién traída. El aroma se combina con el sabor del jugo de sábila y
llegan los sonidos de la máquina que prensa el hielo para hacer chupones. A
lado y lado de la vía se levantan carretillas cargadas de cajas, bultos de
talco. Cargamentos de espuma, cosméticos, ponchos, sombreros. Todos los ajuares
del carnaval emergen desde este centro vital de negocios de Pasto.
Angie y Mary tienen una misión, recaudar
más de dos millones de pesos que cuesta la matrícula a primer semestre en la
carrera de derecho. Angie primero hizo un curso técnico en el SENA y descubrió
que su vocación estaba en la carrera de la justicia. Su negocio oficial es la
venta de zapatos en los primeros locales de la entrada principal del
Potrerillo, pero en temporada de carnavales hay que buscar el ingreso extra
para ir tras ese sueño de la formación académica. De una inversión en crédito
de millón cuatrocientos mil pesos, obtienen una ganancia de doscientos mil, por
eso, tienen que esforzarse para ir rotando la mercancía con lo que se va
vendiendo. El siete de enero se paga la factura total del crédito, y ya para
ese día se espera haber reunido la suma buscada.
De la espuma de carnaval que más se vende
obtienen una ganancia de trescientos pesos por tarro, pero al talco que llega
del Cauca le sacan hasta el 300%. Por eso no hay tiempo para parar. Se debe
aprovechar cada momento para sacar la mayor venta, rotar la mercancía, traer
más productos, rotar, volver a comprar y así hasta que se logre el resultado.
Para Angie Dayan Mercado esta es la mejor
oportunidad, por eso siempre llevará en su memoria un grato recuerdo de estos
carnavales, porque desde su economía local logrará pagar, si todo sale bien, su
primera matrícula universitaria. Mary, entre tanto, la mira con orgullo, sonríe,
se emociona y agradece a la vida que su negocio sea una fuente de prosperidad y
de sueños por cumplir.
La radio suena de fondo recordando que hoy
es un viernes, aunque parece domingo. Estamos en carnavales mientras adentro
del mercado el movimiento parece hablar de un día cualquiera para alimentar la
remesa de las casas pastusas. Afuera, entre tanto, los transeúntes se untan de
cosmético, limpian sus cabezas que ya se tiñen de blanco y sortean a los
acertados jugadores que con espuma de carnaval dejan los rostros como pasteles
adornados de alegría de este sur.
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