La crónica del 31 de diciembre, desde LA OTRA SENDA en Ipiales.
Por
Gustavo Montenegro Cardona
A
las cinco de la mañana asaltan los vestidores de sus hermanas, madres o tías.
Toman sus bolsos o rebuscan hasta encontrar una vieja cartera o lo que sirva
para llevar en las manos o al hombro. Se maquillan o usan la experiencia de
alguna amiga para ruborizarse, untarse los labios de cualquier color y los más
osados dibujan líneas de color bajo sus ojos. Toman el maquillaje que resta y
salen a las calles de Ipiales para llegar a las siete de la mañana a la
concentración del desfile. Las llaman viudas y deben acompañar por requisito a
un “año viejo”, un muñeco que representa a un personaje o simboliza un mensaje
que el artista del carnaval desea exponer ante el público que desde temprano se
ubica a cada orilla del camino.
Es
31 de diciembre de 2014. En Ipiales, municipio ubicado en la frontera
colombo-ecuatoriana, las fiestas de carnaval comienzan oficialmente con el
desfile de años viejos, y de manera particular las viudas encabezan la
caravana. Hay un intento de lluvia, pero no son más que diminutas gotas
refrescando el ambiente. No hace mucho frío. El cielo comienza a despejarse.
Las viudas que más temprano llegaron llevan cerca de tres horas esperando que
el caminar coja ritmo. Están encaramadas en tacones, vestidas con gigantes
trajes, maquilladas hasta sus uñas postizas, sudando por dentro y por fuera.
Oscar
Danilo Villacrés es el hombre tras “la curandera del chorro grande”. Trepado en
los tacones que luce, la viuda mide como un metro con ochenta. Viste un traje
de fantasía y más parece una reina que una mujer triste. Oscar Danilo es
maestro de baile. Desde hace doce años participa en los carnavales de Ipiales, y
los últimos seis han contado con su nombre en la lista de artistas que
representan las viudas del 31 de diciembre.
Fue
don Pio Tena, un taxista ipialeño, quien hace más de cuarenta años salió al
parque del 20 de julio vestido como mujer, todo de negro, enmascarado, para
acompañar un año viejo. Eran los años cuando según doña Carmen Solís -los
carnavales eran unas festividades propias de una clase elitista que salía en
sus caballos a echar serpentinas, tomaban vino donde sus novias y los niños
corrían tras ellos - buscando tesoros de papel.
Hoy
las hay de todo tipo. Llevan pelucas púrpuras, rojas, amarillas, o simplemente
lucen su propio peinado sin mayor complicación. Gastan todo el labial que
pueden en las mejillas de otros hombres que se niegan a dar una limosna.
Corretean a los caballeros del público con sus carruajes donde llevan muñecos
que simulan ser los hijos abandonados. Se muestran coquetas, o coquetos, ya no
se puede distinguir. Enseñan los falsos pechos, arriman sus enormes glúteos
armados con trapos, y lanzan elegantes piropos a los hombres que, tímidos,
prefieren echar una moneda a los bolsos antes que dejarse pintoretear de estos
atrevidos hombres vestidos de mujer.
Siguiendo
la tradición, Carmen Amelia, vistió a Gerardo Villacrés de “niña negra” para
que desfilara cada cinco de enero por las largas calles de Ipiales. Durante
veinte años, este artista del sur formó parte de los carnavales y durante cada
31 presentó sus motivos, bien con años viejos, o bien como viuda. Fue Gerardo
el que contagió a Oscar Danilo, a Carmen, a Brigith y hasta su nieta Asly del
espíritu artístico y el amor por las expresiones de la arraigada cultura que
celebra el fin y comienzo de año.
“Vení,
respondé, cómo me vas a abandonar, anoche no decías lo mismo” grita una viuda
que acompaña a uno de los años viejos que aspira ser premiado en el desfile de
hoy. Al decir del poeta Julio César
Chamorro, esta viuda, la del desfile del 31 de diciembre en Ipiales, es una
viuda andina, más “elegante”, más calmada. No se parece mucho a la viuda de Joselito
Carnaval, la barranquillera. La del sur es una viuda que hoy promueve un estilo
artístico, más bien elegante, es comunicadora de mensajes sociales, o como en
el caso de Oscar Danilo, brinda homenaje a las mujeres de la montaña, o de la
plaza del mercado - a las señoras del pueblo-.
En
medio de la calle Oscar Danilo, el artista hoy vestido de “la curandera del
chorro grande”, prepara su escenario. Baja la mirada, seca sus lágrimas, y en
medio de suaves gemidos, lanza un conjuro - vení, vení vení, vení cachirulo,
mataperros, saltatapias, chumado, entelerido. Vení vení, vení. No te quedarás. Que
la naturaleza te bendiga y que de tu cuerpo salgan todas las energías
negativas. Que te libere de los chismes, maldiciones, las deudas gota a gota,
las mentiras de los políticos en campaña. Vení, vení, vení. Con dos te miro,
con tres te ato. La sangre te debo y el corazón te parto, y si algo te debo con
un beso te chanto -. Baña con ramas de manzanilla al elegido, sopla con agua
bendita al infiel, y le zampa un beso en medio de la mejilla que queda marcada
como un recuerdo festivo del año que ya se va.
Delante
de Oscar, con otro motivo, camina Yolanda del Carmen Ramírez, artista del
Carnaval Multicolor de la Frontera, quien vistió a “La viuda de Márquez” en
homenaje a nuestro Gabito ya ido a otro mundo. Más adelante marcha Sebastián
Verdugo llevando el legado de su padre Fabio hombre del teatro de Ipiales. Hoy
representa a Soledad, pues según él, - Soledad son todas las mujeres plasmadas
en las obras de García Márquez-. Con
este ya son 14 años andando sobre tacones para Fabio René Rosero, quien
representa a la viuda de los amargos dolores de la patria.
Mientras
va recorriendo los siete kilómetros de extensión que tiene esta senda, la mente
de la viuda participante ya está dibujando el motivo del próximo año. “El Rock
no ha muerto, andaba de parranda” grita una viuda más allá. Se le acerca a los
caballeros, le muestra sus falsos senos, los acaricia con la peluca de rubia
tinturada, “prestáme esos ojos para irme de rumba el sábado”, “uyyy vos, ¿te
acordás de esos machotes que nos llevábamos al hotel nubes verdes?”. Corretea a
sus victimarios y todos ríen. Sólo hay que imaginarse a este muchacho de 21
años, con trasero exagerado, apenas cubierto de una falda, exhibiendo velludas
piernas, maquillado como la mejor, y depositando besos a los que se niegan
entregarle la moneda de la caridad.
Terminada
la extensa caminata sus pies llevarán la marca de su esfuerzo. El maquillaje
quedará deshecho por todo el rostro. Quedará el sabor del triunfo y de la
derrota. Habrá una viuda ganadora y un artista quedará desilusionado. Volverán
a sus hogares a guardar sus trajes y con nostalgia algunos y alegría otros,
cada uno, cada una, recibirá el nuevo año desde el brindis de su propio
corazón.
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