Doris Sarasty Rodríguez
Los delicados rostros de un ángel.
Rostro que frunce su ceño.
Si hay algo que rompe la calma de Doris Sarasty, si hay algo que le hace transformar su rostro es la injusticia. Sin resentimiento, pero con carácter firme cuenta que tuvo “todas las barreras para poder desempeñarse como directora hospitalaria”. Entonces las palabras de la memoria llegan a su boca: “dentro de la entrevista para entrar a medicina lo primero que me preguntaron fue que si realmente yo quería ser médica para que no le quitara un puesto a un hombre que supuestamente sí iba a ser médico”. Ese ir y venir, esas afirmaciones y cuestionamientos han sido los retos que diariamente debe enfrentar Doris Sarasty, en medio de un contexto que insiste en limitar las oportunidades para las mujeres. Sin embargo no tiene el perfil de la feminista, su orgullo de género es equitativo. Se sabe rodear de mujeres y hombres que sean capaces de enfrentar la vida con la misma entereza que ella proyecta por eso dice “me encanta trabajar en un hospital donde hay complementariedad entre las dos partes”.
Doris Sarasty se declara como una pastusa raizal, ama al departamento de Nariño y está convencida de que en este territorio habitan seres humanos con profundos valores que deben ser capaces de enfrentar las condiciones más adversas. Por eso, empieza a fruncir el ceño cuando nota que la mujer nariñense no se auto-valora lo suficiente, o cuando los nariñenses no son capaces de tener una visión más política de los momentos actuales. “Lastimosamente estas personas tan capaces no han emprendido el camino de la parte política, de pronto se han quedado en lo técnico, y hace falta dar el vuelo hacia la parte política, hacia un cambio político”, afirma sin titubear, sin duda, y con su rostro un poco más serio del sonriente inicial. Su ceño se frunce cuando recuerda actos de injusticia, o cuando sabe que por la insolidaridad todavía los nariñenses no hacemos lo suficiente por los niños de la región: “ya es suficiente indigno para los niños que sean pobres, que vivan lejos del centro del país, el que no tengan oportunidades de educarse, que no tengan oportunidades de alimentarse bien, para que además de todo cuando se enfermen tengan que llegar a un sitio desastroso”, por eso, con esa rabia que le provoca las limitaciones que impiden el desarrollo de la infancia, busca que el hospital que dirige sea una institución de “ricos para pobres”.
Rostro que se conmueve
“En cuanto a novedad e innovación no tengo límites”, afirma Doris Sarasty, la mujer valiente y proactiva, que ante los ojos de algunos puede notarse como conservadora en el mundo de los principios, de los valores y frente a las actitudes que espera de los suyos, de los que la rodean, pero que desde su mirada más profunda, en los términos de la gestión, del servicio y de la creatividad es una liberal de tiempo completo. Ese empuje, esa forma de enfrentar la vida como mujer nariñense que asume los retos y que lleva en sus manos la bandera de los derechos de los niños y las niñas le ha merecido premios, reconocimientos, condecoraciones, aplausos, miles de aplausos y gestos de bondad social. Pero en su corazón guarda múltiples recuerdos que le son más valiosos que aquellos títulos que la sociedad le ha entregado.
Entonces su rostro cambia, su mirada de ojos claros se transforma nuevamente, y con la voz que es viento suave en su palabra narra la razón que la motivó a gestionar la construcción del “Albergue de Paso”. “Un día salía yo por la puerta de las urgencias antiguas del hospital y delante iba una persona de Tumaco con un niñito que acababa de salir de una quimioterapia. Iban con una bolsita, y se veía que era sopa lo que llevaban. Cuando me descuidé un momento, vi que salieron por la puerta, y cuando volví a ver estaban llorando. Atravesé la puerta de urgencias y vi que había pasado un perro que les mordió la bolsita y les regó la sopa. Los vi llorar de hambre”. Su relato se complementa con algunas consideraciones relacionadas con la integralidad de la familia, la integralidad del servicio de salud con calidad y con el afán de su gesta para provocar, desde los medios de comunicación, que la sociedad nariñense se movilizara para levantar el albergue. Surgen más recuerdos, nombres de personas solidarias y de corazones nobles que se han unido a las justas causas que promueve esta defensora de la vida.
Luego llora, su rostro se retrae y de sus ojos brotan lágrimas que simbolizan la sinceridad y honestidad de sus actos. Aún con el llanto atravesado en su garganta mientras intenta recoger sus lágrimas dice “me duele el dolor de la gente, y me duele la indiferencia de la gente. Hemos tratado de dar algo, será poco, será mucho, no sé, he dado todo lo que más he podido, pero pienso que la gente debe ser más solidaria”. La pausa es inevitable.
Rostro de ángel
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