EL CAMINO MÁS DIFÍCIL
Por: C.S. Gustavo Montenegro Cardona.
Hace varios años, cuando apenas intentaba aprender a realizar documentales para televisión, me atreví con mi amigo Jaime Alberto Segura a enfrentar un perfil del hermano Andrés Hurtado García. Elegimos al Hermano Andrés por nuestra afinidad de exalumnos maristas, aunque egresados de distintos colegios. De esa aventura audiovisual una frase me sirvió como lección para toda la vida “mi madre siempre me dijo – expresaba Hurtado – entre dos caminos siempre elige el más difícil, ese es el que llevaba a la felicidad”. La consigna siempre resultó oportuna en momentos cuando he considerado que definitivamente el goce de la vida se da en la medida en que se atraviesan rutas complejas para luego celebrar la manera en que se logra sobrepasar los obstáculos.
Sin embargo, ante las actuales circunstancias que vive la región parecería que este lema que me acompañó durante años ya no tiene su mismo sentido. Cuando el tema obligatorio está relacionado con empresas captadoras de dinero, pirámides, redes, y otro buen número de nombres acuñados, no se puede guardar más silencio. Ahora, tampoco se puede insistir en la perspectiva adoptada para condenar desde la moral un acto colectivo y nacional que está muy lejos de ser cuestionado por la ética o los valores. Primero, porque la primera se circunscribe a las convicciones propias de cada ser humano, y los segundos porque hace rato que empezaron a tergiversarse de tal manera que ya no se sabe qué se valora y qué no.
Lo triste del asunto, al menos desde el proceso comunicativo y cultural más inmediato, que es desde donde puedo comprender esta realidad caótica que atravesamos, es que nuevamente el país se polariza señalando culpables, evitando la responsabilidad, indicando los elementos más coyunturales, y evadiendo los análisis profundos de un tema que no puede seguir pasando por los titulares de prensa como un caso aislado en la historia de nuestros pueblos periféricos al centro de una nación que se empeña en olvidar que el país es diverso, plural y multicultural.
De un lado se busca por todos y con todos los medios la manera de demostrar que el sistema utilizado para entregar rentabilidades a los ciudadanos que invirtieron sus recursos en uno u otro procedimiento hace parte de la ilegalidad, del mundo oscuro del narcotráfico y que está conformado por seres malvados que aspiraban desestabilizar las estructuras del estado. Por otro, ciudadanos que no tienen información, ni mesura, alaban a sus mecenas como si la llegada del mesías se repitiera en el siglo XXI, limitan su mirada a los números rayados en recibos de caja y creen que la vida ha terminado.
Los moralistas entonces dicen: “se debe ganar el pan con el sudor de la frente”, otros proclaman “no hay derecho a tanta riqueza en manos de una sola persona”, otros señalan “no se puede caer en la cultura del dinero fácil”, otros indican “hemos sido víctimas de la cultura mafiosa del país”. En fin, y el tema más complejo, el verdadero, el más profundo de todos no se cuestiona en ningún escenario.
Por supuesto, el camino más difícil es el mejor, pero al menos, se espera que haya camino. Cómo es posible cuestionar que los ciudadanos traten de acceder a buscar otras formas de generación de ingresos cuando el Estado no es capaz de solventar las necesidades básicas del empleo. Cómo se puede cuestionar por parte del Ministro de Defensa la opulencia cuando él mismo hace parte de uno de los grupos familiares más ricos del país y que poseen bienes suntuosos muy parecidos a los condenados por la moral conservadora de la nación. Es más, ¿no es más peligroso contar con hombres que como Santos poseen poder, medios de comunicación, vínculos familiares en las altas esferas de la iglesia, de las fuerzas armadas, y de las élites del país?
Cómo es posible que en el país se haya perdido el derecho de la presunción. Cómo es posible cuestionar el dinero fácil, cuando ni siquiera hay dinero en el camino difícil. Cómo es posible señalar a la cultura del sur como ingenua cuando lo que de verdad aspiraba en su corazón era contar con una esperanza ante la permanente negativa del Estado por garantizar condiciones, y oportunidades mínimas para desarrollarse humanamente.
Triste es ver que los poderosos se molestan con la presencia de nuevos poderes, y que aquellos que tienen se resisten a pensar que otros también pueden llegar a tener. En una región como la nuestra, que vive pobrezas económicas, que carece de plazas para el empleo, que está asediada por el conflicto que el gobierno insiste en negar, que está rodeada de incertidumbre en sus fronteras, que convive con el miedo, el peligro y la soledad, el otro camino es la única posibilidad inmediata, la que se genera por la autonomía y el derecho propio a buscar la felicidad; en este mundo que sigue siendo tan distinto al del centro del país, en este pedazo de tierra las cosas son muy distintas a como las ha querido mostrar la prensa, señalar el gobierno y condenar la moralidad nacional.
La dictadura nos mostró sus garras, la manipulación mediática logró su cometido, y las víctimas vuelven a ser los de siempre: los que no saben qué pasó con sus familiares asesinados por las fuerzas del Estado, los que siguen empeñando su vida a los bancos, los que siguen padeciendo largas jornadas de hambre, los que siguen entregando hijos a la guerrilla, al paramilitarismo o al ejército, los que fueron arrasados por la fumigación de cultivos de coca, los que cayeron en las redes del narcotráfico para poder dar algo de alimento a sus familias, los que no poseen tierra a pesar de trabajarla toda la vida, los que tuvieron que vender lo que no tenían para ver si algún día llegaban a tener al menos algo de vida digna; los que hacen fila para pedir un préstamo, los que andan a pie, los que se mojan bajo la lluvia, los que caminan descalzos, los que ni siquiera tienen caminos difíciles para afrontar la vida.
Es fácil cuestionar cuando todo se tiene, o cuando simplemente no se corrió el riesgo, o cuando se niega sin vergüenza que en eso menos mal no se metió. La crisis de la región en el aspecto económico no es nueva, y lo que vivimos, es un efecto más de la guerra negada y digámoslo de una vez, es la cuenta de cobro política que el Presidente Uribe le cobra a un Nariño que también en las urnas optó por otro camino. Por eso vivimos los efectos del rumor, de la desinformación, de la polarización y de la división. Hoy el Estado es Álvaro Uribe, y no me equivoco si se me reprocha la distinción que habría que hacer entre Gobierno y Estado, pues el Presidente asumió con el Estado de Conmoción las facultades de desorganizar el territorio nacional a su antojo. Hoy el Presidente defiende disimuladamente a sus hijos, pero condena a la amada Patria que puso en jaque su economía privada y selectiva.
La historia nos marca un rumbo idéntico al de hace 15 años cuando se prometió liberar al país de las garras del narcotráfico con la muerte de Pablo Escobar, sin embargo, la bestialidad del mal sigue atrapándonos por el cuello, todo a pesar de las negativas del Gobierno y sus Asesores. Hoy, unos nuevos enemigos duermen en las cárceles, pero los vientos de nuestros peores males siguen rodando por nuestros cielos del sur.
Por eso el camino fácil pudo ser una ruta de esperanza, pero aquellos que creen haber sufrido lo suficiente para conquistar la vida que llevan, seguirán insistiendo en devolver los peones a su lugar de salida, el que se recorre en línea recta, el largo y tenebroso camino que desde la dificultad para ser felices ha trazado un Estado negligente, egoísta y ciego.
Por: C.S. Gustavo Montenegro Cardona.
Hace varios años, cuando apenas intentaba aprender a realizar documentales para televisión, me atreví con mi amigo Jaime Alberto Segura a enfrentar un perfil del hermano Andrés Hurtado García. Elegimos al Hermano Andrés por nuestra afinidad de exalumnos maristas, aunque egresados de distintos colegios. De esa aventura audiovisual una frase me sirvió como lección para toda la vida “mi madre siempre me dijo – expresaba Hurtado – entre dos caminos siempre elige el más difícil, ese es el que llevaba a la felicidad”. La consigna siempre resultó oportuna en momentos cuando he considerado que definitivamente el goce de la vida se da en la medida en que se atraviesan rutas complejas para luego celebrar la manera en que se logra sobrepasar los obstáculos.
Sin embargo, ante las actuales circunstancias que vive la región parecería que este lema que me acompañó durante años ya no tiene su mismo sentido. Cuando el tema obligatorio está relacionado con empresas captadoras de dinero, pirámides, redes, y otro buen número de nombres acuñados, no se puede guardar más silencio. Ahora, tampoco se puede insistir en la perspectiva adoptada para condenar desde la moral un acto colectivo y nacional que está muy lejos de ser cuestionado por la ética o los valores. Primero, porque la primera se circunscribe a las convicciones propias de cada ser humano, y los segundos porque hace rato que empezaron a tergiversarse de tal manera que ya no se sabe qué se valora y qué no.
Lo triste del asunto, al menos desde el proceso comunicativo y cultural más inmediato, que es desde donde puedo comprender esta realidad caótica que atravesamos, es que nuevamente el país se polariza señalando culpables, evitando la responsabilidad, indicando los elementos más coyunturales, y evadiendo los análisis profundos de un tema que no puede seguir pasando por los titulares de prensa como un caso aislado en la historia de nuestros pueblos periféricos al centro de una nación que se empeña en olvidar que el país es diverso, plural y multicultural.
De un lado se busca por todos y con todos los medios la manera de demostrar que el sistema utilizado para entregar rentabilidades a los ciudadanos que invirtieron sus recursos en uno u otro procedimiento hace parte de la ilegalidad, del mundo oscuro del narcotráfico y que está conformado por seres malvados que aspiraban desestabilizar las estructuras del estado. Por otro, ciudadanos que no tienen información, ni mesura, alaban a sus mecenas como si la llegada del mesías se repitiera en el siglo XXI, limitan su mirada a los números rayados en recibos de caja y creen que la vida ha terminado.
Los moralistas entonces dicen: “se debe ganar el pan con el sudor de la frente”, otros proclaman “no hay derecho a tanta riqueza en manos de una sola persona”, otros señalan “no se puede caer en la cultura del dinero fácil”, otros indican “hemos sido víctimas de la cultura mafiosa del país”. En fin, y el tema más complejo, el verdadero, el más profundo de todos no se cuestiona en ningún escenario.
Por supuesto, el camino más difícil es el mejor, pero al menos, se espera que haya camino. Cómo es posible cuestionar que los ciudadanos traten de acceder a buscar otras formas de generación de ingresos cuando el Estado no es capaz de solventar las necesidades básicas del empleo. Cómo se puede cuestionar por parte del Ministro de Defensa la opulencia cuando él mismo hace parte de uno de los grupos familiares más ricos del país y que poseen bienes suntuosos muy parecidos a los condenados por la moral conservadora de la nación. Es más, ¿no es más peligroso contar con hombres que como Santos poseen poder, medios de comunicación, vínculos familiares en las altas esferas de la iglesia, de las fuerzas armadas, y de las élites del país?
Cómo es posible que en el país se haya perdido el derecho de la presunción. Cómo es posible cuestionar el dinero fácil, cuando ni siquiera hay dinero en el camino difícil. Cómo es posible señalar a la cultura del sur como ingenua cuando lo que de verdad aspiraba en su corazón era contar con una esperanza ante la permanente negativa del Estado por garantizar condiciones, y oportunidades mínimas para desarrollarse humanamente.
Triste es ver que los poderosos se molestan con la presencia de nuevos poderes, y que aquellos que tienen se resisten a pensar que otros también pueden llegar a tener. En una región como la nuestra, que vive pobrezas económicas, que carece de plazas para el empleo, que está asediada por el conflicto que el gobierno insiste en negar, que está rodeada de incertidumbre en sus fronteras, que convive con el miedo, el peligro y la soledad, el otro camino es la única posibilidad inmediata, la que se genera por la autonomía y el derecho propio a buscar la felicidad; en este mundo que sigue siendo tan distinto al del centro del país, en este pedazo de tierra las cosas son muy distintas a como las ha querido mostrar la prensa, señalar el gobierno y condenar la moralidad nacional.
La dictadura nos mostró sus garras, la manipulación mediática logró su cometido, y las víctimas vuelven a ser los de siempre: los que no saben qué pasó con sus familiares asesinados por las fuerzas del Estado, los que siguen empeñando su vida a los bancos, los que siguen padeciendo largas jornadas de hambre, los que siguen entregando hijos a la guerrilla, al paramilitarismo o al ejército, los que fueron arrasados por la fumigación de cultivos de coca, los que cayeron en las redes del narcotráfico para poder dar algo de alimento a sus familias, los que no poseen tierra a pesar de trabajarla toda la vida, los que tuvieron que vender lo que no tenían para ver si algún día llegaban a tener al menos algo de vida digna; los que hacen fila para pedir un préstamo, los que andan a pie, los que se mojan bajo la lluvia, los que caminan descalzos, los que ni siquiera tienen caminos difíciles para afrontar la vida.
Es fácil cuestionar cuando todo se tiene, o cuando simplemente no se corrió el riesgo, o cuando se niega sin vergüenza que en eso menos mal no se metió. La crisis de la región en el aspecto económico no es nueva, y lo que vivimos, es un efecto más de la guerra negada y digámoslo de una vez, es la cuenta de cobro política que el Presidente Uribe le cobra a un Nariño que también en las urnas optó por otro camino. Por eso vivimos los efectos del rumor, de la desinformación, de la polarización y de la división. Hoy el Estado es Álvaro Uribe, y no me equivoco si se me reprocha la distinción que habría que hacer entre Gobierno y Estado, pues el Presidente asumió con el Estado de Conmoción las facultades de desorganizar el territorio nacional a su antojo. Hoy el Presidente defiende disimuladamente a sus hijos, pero condena a la amada Patria que puso en jaque su economía privada y selectiva.
La historia nos marca un rumbo idéntico al de hace 15 años cuando se prometió liberar al país de las garras del narcotráfico con la muerte de Pablo Escobar, sin embargo, la bestialidad del mal sigue atrapándonos por el cuello, todo a pesar de las negativas del Gobierno y sus Asesores. Hoy, unos nuevos enemigos duermen en las cárceles, pero los vientos de nuestros peores males siguen rodando por nuestros cielos del sur.
Por eso el camino fácil pudo ser una ruta de esperanza, pero aquellos que creen haber sufrido lo suficiente para conquistar la vida que llevan, seguirán insistiendo en devolver los peones a su lugar de salida, el que se recorre en línea recta, el largo y tenebroso camino que desde la dificultad para ser felices ha trazado un Estado negligente, egoísta y ciego.
1 comentario:
Gracias Gu, muy acertada tu reflexión porque da luces para el camino.
Extrañaba tus palabras
Un abrazo
G
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